Ella dice: Miguel está al límite y últimamente tiene mal genio.
La otra noche se molestó por algo y terminó golpeando la pared de nuestra cocina con tanta fuerza como para hacer un agujero. Me temo que podría ser yo a quien golpee la próxima vez.
Él dice: Me he estado sintiendo muy estresado últimamente, y admito que me descontrolé un poco el otro día.
Pero nunca le pegaría a Yésica; la pared no se va a dañar. Ojalá dejara pasar esto.
Imagínese a “Miguelito”, un niño de 13 años con un historial de problemas para controlar su temperamento. En el pasado nunca había recurrido a la violencia física, pero un día finalmente lo hace. En una de sus rabietas, agarra un martillo y lo lanza por la ventana delantera. Incluso si nadie resultó herido y jura que nunca lastimaría a sus padres, ¿deberían “simplemente dejar pasar esto”?
Por supuesto que no. Esta sería una gran señal de peligro que exigiría una respuesta correctiva inmediata y contundente. El hecho de que Miguel en nuestro escenario sea un hombre adulto hace que su arrebato violento sea mucho más serio.
La ira en sí no es el problema. Es una emoción natural y saludable destinada a ayudarnos, por ejemplo, a darnos cuenta y corregir las injusticias cometidas contra nosotros o, en nuestros mejores días, contra los demás. De hecho, Dios quiere que experimentemos una ira justa. Pero también quiere que lo controlemos: “Enójense, pero sin pecar”. (Efesios 4, 26)
No se trata de hacer que Miguel se sienta culpable moralmente. La mayoría de nosotros somos capaces de enojarnos de manera desproporcionada. Pero el tema aquí no es si el pecado está involucrado o no. Lo que importa es que ha demostrado ser capaz de perder tanto el control sobre su ira que actuaría con violencia física y destructiva. Se trata de un comportamiento enfermizo y peligroso que merece absolutamente una acción correctiva rápida y seria. El hecho de que su esposa estaba traumatizada por su comportamiento y ahora vive con cierto temor de ser lastimada físicamente por él, solo debe aumentar su motivación para buscar ayuda.
Empiece por buscar recursos basados en la educación y compañerismo, como grupos de apoyo y clases de manejo de la ira. Hable con su médico sobre los ejercicios para reducir el estrés y el control de los impulsos, así como sobre los medicamentos. Y por supuesto, no intente llevar en silencio y solo todas las cargas y tensiones de su vida. Hable abiertamente y con frecuencia sobre ellas con su esposa, un amigo de confianza o un profesional de la salud mental.
Tomar medidas como estas no solo conducirá a una vida más tranquila para Miguel y Yésica, sino que también le demostrará que él se toma en serio su comportamiento y sus miedos.