| Por Pete Burak

La familia es una escuela de discipulado

Como padres, hay pocos momentos más humildes que cuando un niño repite como un loro una de nuestras expresiones o gestos menos virtuosos. El otro día, nuestra hija de 3 años, Regina, le espetó a su hermano mayor: “Zeke, ¿qué te pasa?”. Oculté mi sonrisa y la corregí suavemente, pues en ese momento debía demostrar más paciencia y amabilidad, ¡sabiendo perfectamente que sólo conocía esa expresión gracias a mí!

Para ser justos, también observamos muchos momentos en los que pillamos a los niños imitando nuestro buen comportamiento, a menudo con otras personas y fuera de casa. Hay innumerables ejemplos de cómo mis actitudes, preferencias, creencias, virtudes, vicios y rarezas de personalidad influyen y moldean a nuestros hijos. Por ejemplo, como seguidora de la Universidad de Michigan, casi nunca visto de rojo debido a mi profundo desprecio por el fútbol americano de Ohio State, y si le preguntaras a Donovan (9 años) cuál es su color menos favorito, te puedo garantizar que diría que el rojo. Todo el tiempo que pasamos juntos influye (tanto intencionadamente como sin querer) en estas preciosas almas, y merece la pena considerar cómo se relaciona eso con su camino como discípulos de Jesucristo.

El discipulado bien hecho también podría llamarse aprendizaje. No se trata sólo de una serie de enseñanzas intelectuales o de ligeras modificaciones de comportamiento, sino de una relación profunda e íntima que se expresa en un proceso continuo en el que el discípulo llega a ser como el maestro. La Iglesia enseña que los padres son los primeros educadores de sus hijos, pero ¿en qué les educamos? No se trata sólo de las enseñanzas morales o los comportamientos estándar de la Iglesia, sino de los patrones, hábitos, mentalidades y creencias de Jesús aplicados a nuestras vidas individuales.

Mi definición favorita del discipulado cristiano es vivir como viviría Jesús si fuera tú. Aprendemos a vivir como Jesús observando a alguien más experimentado en la fe que nos muestra el camino. Padres, tenemos la sagrada responsabilidad no sólo de mantener y criar a nuestros hijos, sino de discipularlos, de ser un modelo para ellos, tanto de palabra como de obra, el estilo de vida de un seguidor de Jesús. Nuestros hijos deben experimentar el fuego ardiente de nuestro amor por el Señor. Puesto que gran parte de lo que aprenden proviene de la observación ... pregúntate, en lo que se refiere a la fe, ¿qué observan tus hijos?

Por favor, no des por supuesto que tu vida interior con Dios es evidente para las personas que viven contigo. Sigue fortaleciendo tu relación con Jesús, pero invita a tus hijos a participar en ese proceso. Si ahora Regina sabe corregir a Zeke cuando se pone pesado, rezo para que también sepa adorar al Señor, clamar a él por ayuda y correr hacia él por misericordia, ¡ya que su padre afirma hacer todas esas cosas! Hagamos de nuestros hogares una escuela de amor y recuerda, ¡amar a tus hijos es también discipularlos!


Pete Burak es vicepresidente de Renewal Ministries. Tiene un máster en Teología y es orador habitual en eventos para jóvenes y adultos jóvenes.

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