| Por Pete Burak

La Iglesia puede ayudar en el duro trabajo del perdón

Cuando estaba en quinto grado, hice trampa en una prueba de ortografía. Sabía que estaba mal, pero la promesa de una puntuación perfecta y el correspondiente obsequio para toda la clase que venía con ella resultó ser una tentación demasiado grande y caí. Sin embargo, el premio del helado rápidamente se agrió cuando mi conciencia estalló y la santa convicción cayó sobre mí. Sabía que tenía que confesarme y decir la verdad. Le conté a mi mamá lo que pasó, ella insistió en que me disculpara con mi maestra y, lo más importante, que pidiera perdón. Admitir que me había equivocado no era demasiado difícil, pero ¿pedir y esperar a que me perdonaran? Eso fue duro.

El arrepentimiento, misericordia, juicio y perdón son temas constantes a lo largo de las Escrituras, y Jesús destaca la importancia de este proceso, varias veces. Instruye a sus discípulos a perdonar, no solo siete, sino setenta y siete veces. Él da a los apóstoles el poder de perdonar los pecados. Él perdona los de la persona con parálisis y nos enseña, en el Padre Nuestro, a pedir la misma medida de perdón que damos a los demás. Algunos de estos ejemplos nos enseñan la necesidad de extender el perdón, y otros demuestran nuestra propia necesidad de ser perdonados.

El perdón no es opcional en la vida de un discípulo, pero eso no significa que sea fácil. El Señor sabe esto y, por lo tanto, proporciona- de la manera más perfecta- un vehículo consistente y tangible para que seamos verdaderamente perdonados de nuestros pecados a través del sacramento de la confesión. Además, cuando humildemente pedimos la ayuda del Señor para perdonar a los demás y luego elegimos perdonarlos, la verdadera libertad puede surgir y surgirá.

Estamos llamados a aprovechar la gracia del sacramento para ayudar y sanar nuestras relaciones, recuerdos, así como situaciones dañinas.

En lugar de aferrarnos a los agravios, errores y comportamientos pecaminosos del pasado, con la ayuda divina podemos colocar esas cosas al pie de la cruz, como un acto intencional de perdón.

Para cerrar, debo referirme al -posiblemente- momento más significativo del perdón en el Nuevo Testamento. La víctima completamente inocente, Jesús, muriendo en la cruz, perdona a sus verdugos. A través del Espíritu Santo, tenemos el poder de hacer lo mismo, incluso si es incómodo, doloroso y requiere una conversación entre lágrimas en la parte de atrás de un salón de clases de quinto grado.

El perdón puede ser complicado y problemático, así que recomiendo leer Be Healed de Bob Schuchts. Esto proporciona una explicación mucho más sólida en cuanto a la importancia absoluta del perdón, si queremos experimentar la libertad a la que estamos llamados.


Pete Burak es el director de i.d.9:16, el programa de alcance a jóvenes adultos de Renewal Ministries. Tiene una maestría en teología y es un orador frecuente sobre evangelización y discipulado.

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