Tener la mente de Cristo
Encuentro con Jesús en los cantos del Siervo Sufriente
Encuentro con Jesús en los cantos del Siervo Sufriente
El objetivo de nuestras prácticas cuaresmales de oración, ayuno y limosna es parecernos cada vez más a Jesús. Pero sólo podemos parecernos a Cristo si nos hemos encontrado con él en sus propios términos. Los líderes religiosos, las autoridades políticas, e incluso los discípulos de Jesús, a menudo no comprendían quién era él. Pero Jesús comprendía su identidad y deseaba comunicársela a aquellos cuyos corazones estaban abiertos para recibirle.
El objetivo de nuestras prácticas cuaresmales de oración, ayuno y limosna es parecernos cada vez más a Jesús. Pero sólo podemos parecernos a Cristo si nos hemos encontrado con él en sus propios términos. Los líderes religiosos, las autoridades políticas, e incluso los discípulos de Jesús, a menudo no comprendían quién era él. Pero Jesús comprendía su identidad y deseaba comunicársela a aquellos cuyos corazones estaban abiertos para recibirle.
En lugar de presentarse como un rey poderoso y glorioso o un líder político, Jesús se identificó con una figura misteriosa del Antiguo Testamento: el Siervo Sufriente descrito por el profeta Isaías.
Los cuatro “Cantos del Siervo” de Isaías presentan a un individuo sin nombre cuya misión encomendada por Dios era sufrir a manos de los perseguidores para rescatar al pueblo de Dios. Para los autores del Nuevo Testamento y la Iglesia primitiva, estos pasajes ayudaron a responder a una pregunta fundamental: ¿Quién es Jesucristo?
En este tiempo de Cuaresma, nosotros también nos volvemos hacia el Siervo Sufriente para encontrarnos con Cristo. Las virtudes del Siervo -humildad, paciencia, silencio, mansedumbre, por nombrar algunas- son virtudes que nos esforzamos por cultivar durante la Cuaresma. Contemplando a Jesús en la figura del Siervo Sufriente, podemos acompañarle a lo largo del difícil camino de la cruz y, en última instancia, hasta la gloria de la Resurrección.
Jesús, el Humilde Servidor
“Él no gritará, no levantará la voz ni la hará resonar por las calles. No romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente” (Is 42,2-3).
Jesús nos revela un misterio sobre el que podremos reflexionar el resto de nuestras vidas: Dios es humilde. Aunque tenía todo el derecho a imponerse -de hecho, era Dios-, Jesús se sometió obedientemente a la voluntad del Padre y, aunque inocente, cargó con nuestro castigo. El primer Adán pecó por su orgullo y desobediencia; Jesús, el “nuevo Adán”, venció al pecado mediante la humildad y la obediencia.
Una humildad tan profunda es contraria al mensaje que recibimos de gran parte del mundo que nos rodea. Las campañas y vallas publicitarias pregonan la riqueza, fuerza, belleza, placer y éxito como dignos de perseguir. La debilidad, dependencia y abnegación se descartan o menosprecian.
Pero la sabiduría de Dios no es nuestra sabiduría. Él, que es infinitamente poderoso, salió victorioso precisamente rebajándose y haciéndose débil. En nuestras relaciones interpersonales y en nuestra relación con Dios, la humildad es la clave para dejar a un lado nuestros deseos y voluntad por el bien del otro. En una palabra, la humildad es la clave del amor.
Jesús, el Siervo Sufriente
“Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento” (Is 53,3).
Lo que los judíos contemporáneos a Jesús esperaban exactamente del Mesías difería entre las sectas del judaísmo, pero prácticamente nadie preveía la vida del Mesías, que culminaría con una muerte humillante y dolorosa. La idea generalizada era que el Mesías traería algún tipo de restauración de la antigua gloria de Israel. Era a través de la lente de esta liberación que los judíos entendían los pasajes del Antiguo Testamento que describían la concordia que acompañaría al reinado del Mesías. [Muchos de estos pasajes siguen apareciendo en la liturgia de la Iglesia durante el tiempo de Adviento (por ejemplo, “El lobo habitará con el cordero” Is 11,6).]
En efecto, Jesús ofrecería una paz, “pero no como la da el mundo” (Jn 14,27), y una liberación eterna; sin embargo, su vida estaría marcada por la abnegación y el sufrimiento. El verdadero Mesías no daría fruto mediante la gloria terrenal, sino mediante el sacrificio.
Jesús, Salvador del Pecado
“Por sus heridas fuimos sanados” (Is 53,5).
Haciéndose eco de los profetas anteriores a él, Jesús predicó el arrepentimiento y la conversión interior. “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca” (Mt 4,17), fue su mensaje durante su ministerio público. Jesús sabía que el pecado era el problema más profundo de la humanidad, porque nos aísla de Dios y de los demás. En consecuencia, incluso las sanaciones físicas que realizaba estaban a menudo relacionadas con el perdón de los pecados.
Isaías presenta al Siervo Sufriente como el inocente que, como un animal destinado al sacrificio, cargaría con los pecados de los demás. “Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades”, Isaías escribe del Siervo. “El castigo que nos da la paz recayó sobre él y por sus heridas fuimos sanados” (Is 53,5).
Familiarizado con las profecías de Isaías, Jesús abrazó su misión como la víctima inocente que podía restaurar definitivamente la comunión entre Dios y el hombre. Con su voluntad de llegar hasta las últimas consecuencias para redimirnos, Jesús revela lo profundamente complacido que se siente Dios cuando nos esforzamos por evitar el pecado y vivir de acuerdo con su voluntad.
Jesús, Luz de las Naciones
“Yo te destino a ser la luz de las naciones, para que llegue mi salvación hasta los confines de la tierra” (Is 49,6).
Por último, el alcance de la vocación del Siervo Sufriente era universal. A través de él, Dios pondría su salvación a disposición de todas las naciones y pueblos que lo aceptaran.
Que Jesús cumpliría esta misión mundial fue profetizado ya en su presentación en el Templo, 40 días después de su nacimiento. Tomando al Divino Infante en sus brazos, el anciano Simeón se regocijó de que sería una “luz para iluminar a las naciones paganas” (Lc 2,32).
Jesús cumple estas palabras en la cruz. Allí, elevado por encima de la tierra, presenta la luz de la salvación de Dios a todas las naciones dispuestas a invocarle.
Orar con el Siervo Sufriente
Mientras lee los textos de las Escrituras considere en oración las siguientes preguntas:
- ¿Qué imágenes le llaman la atención ¿Qué podríamos aprender de ellos sobre Jesús?
- ¿Cuál es la mentalidad del Siervo a lo largo de los Cantos del Siervo? ¿Cuál es su razón para tener esta perspectiva?
- ¿Qué nos dice la figura del Siervo sobre el amor de Dios?
Un agradecimiento especial a monseñor Charles Pope por su excelente conferencia “Like a Lamb: The Suffering Servant & the Prophecy of Isaiah” [Como un cordero: El Siervo Sufriente y la profecía de Isaías], publicada por el Institute of Catholic Culture, por inspirar esta columna.