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 | Por Elizabeth M. Kelly

Desarrollar los “músculos de la oración”:

Empezar con una rutina de oración

Aunque la oración pueda parecer a veces un misterio o algo que sólo pueden hacer las personas realmente santas o religiosas, sabemos que Jesús nos enseña a todos a invocar a Dios Padre, a pedirle por nuestras necesidades diarias, a pedirle tanto dirección como guía, y a hablarle de nuestras preocupaciones, dudas, esperanzas y alegrías. Y aunque rezar es algo muy natural, también requiere práctica, una especie de músculo espiritual que hay que fortalecer con la repetición, como cualquier otra actividad.

 

Aquí tienes unos sencillos consejos para empezar a ejercitar tus "músculos de la oración".

 

Comenzar de manera sencilla.

La oración es, ante todo, una conversación. Piensa en cómo hablas con tu mejor amigo o con tu cónyuge. ¿Quién es la primera persona a la que llamarías cuando tienes un problema o una excelente noticia que compartir? ¿Cómo le hablarías? Compartes tus preocupaciones y temores con tus amigos más íntimos, les pides consejos sobre decisiones difíciles y les cuentas las cosas buenas que pasan tanto en tu vida como en tu familia. Dios desea nuestra amistad y confianza de la misma manera. Para él es motivo de alegría y honor que le hablemos de nuestra vida con franqueza y sencillez.

Busca ayuda, si es necesario.

Pide al Espíritu Santo y a tus santos favoritos que te ayuden a rezar. Los Salmos pueden ser una herramienta útil, si te sientes un poco atascado o incómodo con la oración. Los Salmos están llenos de todo tipo de oraciones. Hay oraciones de acción de gracias, de alabanza, de sanación, de protección, de guía, de perdón y de amistad. Sabemos que los salmos fueron inspirados y pronunciados por Dios mismo. Podemos pensar en ellos como "las oraciones de Dios", por lo que podemos rezarlos con confianza, personalizándolos para nuestras necesidades y circunstancias.

Hacer de la oración un hábito diario.

La oración debe ser algo que hagas a una hora fija cada día, como por ejemplo a primera hora de la mañana, cuando te tomas tu taza de café. Despiértate con el Señor. Háblale de tu día, del trabajo o de las tareas que tienes por delante, y pídele que te acompañe en cada una de ellas. Luego, antes de acostarte, dale gracias por el día. Haz un mini repaso de este y pregúntate: "¿Cuándo me he sentido más cerca de Dios hoy?". Después, dale las gracias por ello. Del mismo modo, puedes preguntarte: "¿Cuándo me he sentido más lejos de Dios?" y hablar con él de ello.

Practica un poco de tiempo de silencio de vez en cuando.

Cuando hayamos terminado de hablar con el Señor en nuestra oración, podemos sentarnos en silencio unos instantes y escuchar. ¿Está el Señor grabando algo en tu corazón? Escucha su voz. Él quiere que la oigas.

Si te caes en tu práctica de la oración, ¡empieza de nuevo!

Incluso Jesús se cayó camino del Calvario, pero él se levantó cada vez y siguió adelante.


Elizabeth M. Kelly es autora y conferenciante católica; escribe una columna mensual titulada “Your Heart, His Home”.

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