
Castidad y lujuria
La virtud de la castidad cae bajo la virtud cardinal de la templanza. Como vimos anteriormente en esta serie sobre virtudes y vicios, la templanza "modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados" (CIC 1809). La castidad implica moderación cuando se trata del placer sexual. En concreto, la castidad busca la " integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual” (CIC 2337).
La virtud de la castidad cae bajo la virtud cardinal de la templanza. Como vimos anteriormente en esta serie sobre virtudes y vicios, la templanza "modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados" (CIC 1809). La castidad implica moderación cuando se trata del placer sexual. En concreto, la castidad busca la " integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual” (CIC 2337).
Esta unidad de la persona depende de la capacidad de mantener "la integridad de las fuerzas de vida y de amor depositadas en ella. Esta integridad asegura la unidad de la persona" (CIC 2338). Estas "fuerzas" nos permiten participar en la vida y el amor de Dios, lo que sucede más directamente cuando amamos a Dios con todo nuestro corazón, mente y fuerzas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. La castidad, por tanto, implica siempre el don de sí mismo.
Por ejemplo, la importancia de mantener esta integridad de las fuerzas de la vida y del amor se manifiesta en la comprensión que hace la Iglesia de los fines o fines inseparables del acto conyugal: el bien de los esposos (unitivo) y la procreación de los hijos (procreativo). El acto conyugal es unitivo porque el cuerpo humano, por su propia naturaleza, está dirigido a la relación, en la que se alcanza la verdadera plenitud como comunión de personas. Dios estableció el matrimonio para que el hombre y la mujer pudieran participar de su amor y así entregarse desinteresadamente el uno al otro en amor. El acto conyugal es procreativo porque la naturaleza del amor es desbordarse, ser vivificante.
Diferentes formas
Aunque todos los bautizados están llamados a la castidad, ésta adopta diferentes formas según el estado de vida de la persona. El Catecismo (2349) nos da tres formas específicas. Los esposos están llamados a la castidad conyugal, es decir, están llamados a darse el uno al otro en una "consorcio de toda la vida" (CIC 1601), incluso en la esfera sexual, de manera exclusiva y permanente. Los que profesan la virginidad o el celibato están llamados a entregarse sólo a Dios. Aquellos que viven la vida de solteros están llamados a vivir la castidad ejerciendo la continencia, o autocontrol, y a ordenar sus vidas a Dios mientras viven en un estado célibe. Todas estas formas de castidad, cuando se entienden a través de la lente de la donación de sí mismo, son un medio para amar a Dios y al prójimo.
Lujuria letal
El Catecismo (2351) describe la lujuria como el " deseo o un goce desordenados del placer venéreo". Esta búsqueda del placer sexual por sí sola es mortal porque tiene un impacto desintegrador en la persona humana.
La lujuria eleva el placer sexual al único fin del acto sexual, aislando así de sus verdaderos propósitos. Ataca la unidad de la persona y las relaciones de la persona con los demás. Al introducir primero en nuestras mentes la división y la separación entre las fuerzas de la vida y el amor, la lujuria desorienta, desvía e invierte estas fuerzas lejos de su verdadero fin de unidad: dentro de la persona, con los demás y con Dios.
Los deseos impuros de la lujuria olvidan a Dios y reducen a nuestro prójimo y a nosotros mismos a meros objetos de gratificación. La lujuria estimula la idea de que tenemos el control, que los poderes de la vida y el amor se originan en nosotros y no en Dios.
Reforzando nuestras defensas
Nuestra capacidad de vivir la llamada a la castidad en nuestras vidas exige que reconozcamos ante todo que no es solo una virtud moral. La castidad es un don de Dios, una gracia. Por consiguiente, es a través del poder del Espíritu Santo que podemos esperar imitar la "pureza de Cristo"(CIC 2345).
Por supuesto, también hay trabajo por hacer. Debemos esforzarnos por el autodominio, el dominio de nuestros sentidos, imaginación y memoria. El Catecismo (2340-42) señala que el autoconocimiento, la askesis (la práctica de la abnegación con el propósito de crecer en la virtud), la fidelidad a la oración y obediencia a los mandamientos son fundamentales si queremos tener alguna esperanza de combatir los deseos impuros de la lujuria. Dicho esto, el autodominio no es una meta que podamos alcanzar de una vez por todas. Estamos llamados a renovar nuestros esfuerzos a lo largo de las diversas etapas de la vida.
¿Quién lo dijo?
"Un corazón limpio es un corazón libre. Un corazón libre puede amar a Cristo con un amor indiviso en castidad, convencido de que nada ni nadie lo separará de su amor. La pureza, la castidad y la virginidad crearon una belleza especial en María que atrajo la atención de Dios".
A. San Benito
B. Madre Teresa de Calcuta
C. San Juan Pablo II
D. Santa Catalina de Siena
Respuesta: (b) Madre Teresa de Calcuta
"El amor humano, puro, sincero y gozoso, no puede subsistir en el matrimonio sin la virtud de la castidad, que lleva a los esposos a respetar el misterio del sexo y a ordenarlo a la fidelidad y a la entrega personal".
Santa Gianna Molla
San Francisco de Sales
Papa Benedicto XVI
San Josemaría Escrivá
Respuesta: (d.) San Josemaría Escrivá
Doug Culp es el canciller de la Diócesis Católica de Lexington.