| Por El Padre Michael Kerper

Los ángeles entre nosotros

ESTIMADO PADRE KERPER: Hace unos meses, escuché a un sacerdote decir algo sobre la participación de los ángeles en cada Misa. Nunca había escuchado esto antes. ¿Es solo su piadosa opinión? Y si es cierto, ¿cuál es el sentido?

El sacerdote que usted mencionó dijo la verdad: en cierto sentido, los ángeles “asisten” a todas las Misas y a otros eventos litúrgicos, como el Oficio Divino.

¿Cómo sabemos esto con certeza? Mediante un principio llamado lex orandi lex credendi. Traducido libremente, esto significa que las oraciones oficiales de la Iglesia, especialmente dentro de la Eucaristía, expresan con precisión la creencia católica.

Al reconocer la presencia angelical en la Misa, podemos profundizar nuestra comprensión de la adoración, superando así el aburrimiento y la distracción.

Para entender cómo los ángeles tienen un efecto espiritual positivo en nosotros, necesitamos saber qué son y qué hacen.

En primer lugar, los ángeles son personas espirituales inmortales creadas directa, instantánea y simultáneamente por Dios. En otras palabras, Dios los hizo existir a todos mediante un único acto divino; su número no aumenta ni disminuye. Al ser espíritus puros con intelecto y libre albedrío, no tienen cuerpos.

En segundo lugar, todos los ángeles tienen una tarea permanente: la adoración incesante y colectiva de Dios.

Cuando oímos la palabra adoración, tendemos a pensar en ella de forma negativa, tal vez incluso como la esclavitud de criaturas inferiores al Dios Todopoderoso. Esto no tiene nada que ver con la verdad. En lugar de esclavizarnos, la adoración genuina nos libera y eleva hacia una amistad tanto personal como vivificante con Dios. ¿Cómo es eso?

Santo Tomás de Aquino, sacerdote y doctor de la Iglesia del siglo XIII, explicó de manera deslumbrante el culto. Hizo dos observaciones.

En primer lugar, dijo que la adoración “consiste en que el alma se una a Dios a través del intelecto y los afectos”. La adoración, entonces, lleva al adorador a una unión amorosa con Dios. El que adora, ya sea angelical o humano, se parece cada vez más a Dios.  

En segundo lugar, Santo Tomás describió la adoración como “contemplar la Verdad Divina en sí misma”. Esto es lo que ocurre.  

Los seres humanos “conocen” a otras personas principalmente a través de sus rostros, que expresan sin palabras estados de ánimo, carácter, emociones, etc. En el acto de adoración, las personas, ya sean angelicales o humanas, “contemplan” a Dios. Esto hace que crezcan en el amor y el conocimiento de Dios. A medida que se familiarizan cada vez más con Él a través de la “contemplación”, Dios los transforma, permitiéndoles asemejarse a él. La adoración, entonces, no es una “mirada” pasiva y estática a Dios. En cambio, nos santifica.

Aquí descubrimos lo que los ángeles hacen por nosotros. Actúan como una congregación masiva de espíritus adoradores. Además, los seres humanos entran en el único coro unificado, que consiste principalmente en ángeles. Dos oraciones utilizadas en la Misa apoyan claramente esta asombrosa imagen.

En primer lugar, tenemos el Sanctus, una de las oraciones más antiguas que se utilizan continuamente en la Misa. Casi todo el mundo la sabe de memoria:

Santo, Santo, Santo,

Señor Dios de los ejércitos.

Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria.

¡Hosanna! en las alturas.

Bendito el que viene en nombre del Señor.

¡Hosanna! en las alturas.

Las dos primeras líneas proceden de Isaías, que describe cómo los serafines —los ángeles de fuego— glorifican incesantemente a “Yahvé Sabaot”, sentado en el trono divino en el cielo (cf. Is 6,3). Estas palabras cantadas también aparecen en Apocalipsis 4,8.

El padre Joseph Jungmann, S.J., gran erudito litúrgico, destacó que el Sanctus fue cantado casi siempre, y en todas partes, por el sacerdote y el pueblo desde los primeros tiempos. Afirma claramente que las voces angelicales y humanas se funden en una sola acción de culto unificada y continua, un acto que une el cielo y la tierra.

Aún más importante, la oración oficial de la Iglesia refuerza lo que enseñó el padre Jungmann. Esto se expresa en cada prefacio eucarístico del Misal Romano. Aunque las palabras pueden diferir, el elemento central permanece: se insta a los ángeles y a los humanos a glorificar a Dios cantando.

En segundo lugar, la mayoría de las Misas celebradas en domingo y las grandes fiestas incluyen el Gloria. Este himno, que comienza con el breve himno cantado por los ángeles la mañana de Navidad (cf. Lucas), adoptó su forma actual hace unos 1500 años. Su posición dentro de la primera parte de la Misa subraya que los ángeles están presentes desde el principio, no solo en la consagración.

Esta hermosa creencia sobre la participación angelical en el culto tiene una gran importancia hoy en día, porque muchos católicos se sienten solos cuando van a Misa. Sin embargo, si realmente creemos lo que la Iglesia “reza para que sea verdad”, entonces debemos ver toda la realidad, no solo lo visible. Y para eso podemos preguntarnos: “¿Cuántos ángeles hay ahí fuera en los bancos vacíos?”.

Aunque la Iglesia no ofrece una enseñanza definitiva al respecto, Santo Tomás de Aquino propuso una opinión bien fundamentada. Escribió: “Será pues más acertado decir que, aun siendo los ángeles sustancias inmateriales, se cuentan en cierta numerosísima multitud, superior con mucho a la de todos los seres materiales” (Tratado sobre los Ángeles).

Cuando rendimos culto, ya sea en una gran catedral o en una humilde iglesia rural, debemos abrir los ojos a los seres espirituales invisibles que nos rodean con amor, preocupación activa y protección benevolente.

Además, mientras estos ángeles contemplan a Dios cara a cara, rezan simultáneamente para que nosotros, así como ellos, veamos lo que ellos ven: a Dios en la plenitud de su gloria revelada.


Este artículo apareció originalmente en el número de mayo/junio de 2020 de Parable, la revista de la Diócesis de Manchester, NH. Utilizado con permiso.


El padre Michael Kerper es el párroco de la parroquia de St. Patrick, en Nashua, NH.

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