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 | Por Doug Culp

La oración y los retos para responder bien a ella

La oración es un don de la gracia de Dios para nosotros. No es algo que merezcamos. En consecuencia, exige nuestra respuesta. Si queremos responder bien al don de la oración, puede que nos resulte fructífero considerar algunas de las cosas que, según el Catecismo, pueden interponerse en nuestro camino.

 

Falsas nociones y actitudes “mundanas”

Las falsas nociones de la oración pueden impedirnos vivir plenamente la vida de oración. Por ejemplo, podemos caer en la trampa de pensar que esta es simplemente uno de los muchos aspectos de nuestra vida: una simple actividad psicológica; un acto de concentración para alcanzar una mente tranquila; la repetición de memoria de palabras y posturas; una actividad para nuestro tiempo libre; o una petición de ayuda “cuando todo lo demás falla”.

Las actitudes “mundanas” pueden socavar la vida de oración. La oración puede descartarse como falsa, porque su eficacia, más allá de sus beneficios terapéuticos, no puede ser verificada por la razón y la ciencia. Puede considerarse improductiva, poco rentable y, por tanto, inútil. También puede considerarse una evasión de la realidad, un mecanismo de supervivencia como reacción a un mundo estresante e “hiperactivo”.

Desaliento

La vida de oración puede estar marcada por temporadas de sequedad que nos dejan “sin gusto por los pensamientos, recuerdos y sentimientos, incluso espirituales” (CIC 2731). La tristeza también puede invadirnos, si nos damos cuenta de que no lo hemos entregado todo al Señor. Podemos desanimarnos con la oración, si sentimos que no somos escuchados según nuestra voluntad. Podemos negarnos con orgullo a aceptar que la oración es un don gratuito e inmerecido y no algo que esté en nuestro poder obtener.

Distracción

La distracción nos impide con frecuencia responder bien al don de la oración. Al mismo tiempo, el Catecismo (2729) sugiere que puede ser beneficiosa, si le prestamos atención, pues “la distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado. Esta humilde toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser purificado”.

Otra tentación a menudo oculta que acecha nuestra respuesta es la de no dar prioridad a nuestra fe. Cuando rezamos, “se presentan como prioritarios mil trabajos y cuidados que se consideran más urgentes” (CIC 2732). La oración puede quedar fácilmente relegada detrás de todas ellas.

El verdadero peligro

Cualquiera de estos impedimentos para rezar puede hacer que nos preguntemos por qué debemos orar. El verdadero peligro es que se instale la acedia o pereza, la cual es uno de los siete pecados capitales. Es “una forma de aspereza o de desabrimiento debidos a la pereza, al relajamiento de la ascesis, al descuido de la vigilancia, a la negligencia del corazón” (CIC 2733). La acedia nos aparta de la vida de oración, porque se instala la apatía. Como observó el Consejo Pontificio para la Cultura en 1994, la acedia, o apatía espiritual, se caracteriza por la actitud: “No sé si existe Dios o no... de todos modos, no importa”.

Para concluir

No basta con ser conscientes de todo lo que puede entorpecer nuestra respuesta al don de la oración. También debemos estudiar aquellas cualidades y hábitos que contribuyen positivamente a una respuesta más plena a este don de valor inconmensurable. Abordaremos este estudio en nuestra próxima columna.


No se desespere y reenfoque la atención en Dios

Intente no desanimarse si lucha con algunos de los retos que, como humanos, experimentamos en nuestra vida de oración. Santa Teresa de Lisieux escribió esto sobre distraerse durante la oración:

“Yo también tengo muchas [distracciones], pero tan pronto como soy consciente de ellas, rezo por aquellas personas cuyo pensamiento está desviando mi atención, y de este modo se benefician de mis distracciones”.

En su autobiografía, Historia de un alma, también habló de las dificultades que experimentó una vez con el rosario:

“Cuando estoy sola (me avergüenza admitirlo), el rezo del rosario me resulta más difícil que llevar un instrumento de penitencia. ¡Siento que lo he dicho tan mal! Me fuerzo en vano a meditar en los misterios del rosario; no consigo fijar mi mente en ellos” (Story of a Soul, 243).

Santa Teresa es una Doctora de la Iglesia, ¡e incluso ella luchó contra las distracciones! Pero siga leyendo para ver cómo se volvió hacia la Santísima Madre y puso su confianza en ella:

“Durante mucho tiempo estuve desolada por esta falta de devoción que me asombraba, pues amo tanto a la Santísima Virgen que debería serme fácil recitar en su honor oraciones que tanto le agradan. Ahora estoy menos desolada; pienso que la Reina del cielo, puesto que es mi MADRE, debe ver mi buena voluntad, y está satisfecha de ello” (Story of a Soul, 243-44).


Doug Culp es el canciller de la Diócesis Católica de Lexington.

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